En el debate económico estadounidense, el déficit comercial ha sido frecuentemente utilizado como un símbolo de vulnerabilidad nacional y una justificación para políticas proteccionistas. Sin embargo, esta narrativa ignora las complejidades estructurales detrás del fenómeno y los riesgos asociados a las respuestas arancelarias.
Durante su presidencia, Donald Trump impuso aranceles a productos provenientes de China, México, Canadá, Japón y la Unión Europea, argumentando que estos eran necesarios para corregir el déficit comercial de Estados Unidos. Sin embargo, este desequilibrio obedece a factores estructurales: la economía estadounidense, una de las más grandes y dinámicas del mundo, consume más de lo que exporta, en parte gracias a su fuerte demanda interna y a un dólar persistentemente fuerte.
El papel del dólar como moneda de reserva global contribuye a mantener su valor elevado, abaratando las importaciones y encareciendo las exportaciones. Este efecto cambiario alimenta el déficit comercial, pero no necesariamente representa una pérdida de competitividad o un síntoma de debilidad económica. Por el contrario, es reflejo de una economía abierta, altamente integrada y atractiva para el capital extranjero.
La política arancelaria actual parece revivir lecciones del pasado. En 1930, la Ley Smoot-Hawley elevó los aranceles para proteger el empleo estadounidense en medio de la Gran Depresión, pero desató represalias globales que agravaron la crisis. Hoy, en 2025, el retorno a un enfoque similar ya ha generado volatilidad en los mercados: el índice S&P 500 cayó el lunes 7 de abril hasta los 4,835 puntos, más de un 20 % por debajo de su máximo histórico de 6,147 registrado en febrero.
Algunos analistas han trazado paralelos con la caída del mercado en 2020, aunque esta vez la Reserva Federal opera con mayor cautela para no alimentar presiones inflacionarias, lo que limita su margen de estímulo monetario. Ante este escenario, firmas como JPMorgan ya anticipan una recesión, atribuida en parte al endurecimiento de la política comercial.
En última instancia, el déficit comercial de Estados Unidos no debe ser interpretado exclusivamente como un signo de debilidad, sino como una consecuencia de su posición central en el comercio global. Intentar revertirlo mediante aranceles generalizados ignora sus causas estructurales y expone a la economía a disrupciones innecesarias. Aun así, como ocurrió en crisis anteriores, este entorno también podría generar oportunidades para los inversionistas con visión estratégica, aunque persisten dudas sobre el impacto a largo plazo de esta política.